Con la llegada del frío, muchas personas notan que subieron de peso. Esta tendencia, lejos de ser una coincidencia, tiene una base fisiológica, ambiental y emocional.
El invierno nos empuja a cambiar nuestros hábitos: dejamos de movernos tanto, preferimos quedarnos en casa y buscamos alimentos reconfortantes. Es en ese contexto donde comienza el desafío de mantenernos activos, cuidar lo que comemos y entender lo que nuestro cuerpo necesita realmente.
Durante esta estación es fácil caer en hábitos poco saludables que afectan nuestro cuerpo y ánimo. Sin embargo, también es una gran oportunidad para tomar decisiones conscientes y priorizar el autocuidado. El frío no tiene por qué ser un obstáculo para tu bienestar.
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Los alimentos calóricos y reconfortantes se vuelven protagonistas de nuestros menús en los meses fríos.
Sopas cremosas, guisos abundantes, pasteles y dulces calientes no solo nos reconfortan, también elevan significativamente la ingesta de grasas y carbohidratos. Estas elecciones, aunque naturales en esta época, pueden favorecer el subir de peso si no se equilibran con una alimentación consciente, rica en nutrientes y moderada en porciones.
Además, el frío puede generar una falsa sensación de mayor apetito, lo que nos lleva a comer más seguido o en cantidades mayores.
La clave está en elegir versiones más ligeras de nuestras comidas favoritas, como cremas de verduras sin crema, guisos bajos en grasa o postres con fruta y endulzantes naturales.
El clima frío, la lluvia y los días más cortos reducen drásticamente la motivación para mantener una rutina de ejercicio.
Es común que durante el invierno abandonemos las caminatas, el gimnasio o las salidas recreativas, sustituyéndolas por tiempo en casa con menor gasto energético. Esta inactividad, sumada a una alimentación más calórica, crea el escenario perfecto para que el cuerpo acumule reservas.
Aunque parezca difícil, pequeñas acciones pueden marcar la diferencia: realizar ejercicios en casa, usar las escaleras, hacer pausas activas si trabajas desde casa, o incluso bailar mientras haces las tareas domésticas. Lo importante es mantenerse en movimiento y evitar caer por completo en hábitos de sedentarismo.
La reducción de la luz solar en invierno afecta directamente la producción de serotonina y melatonina, hormonas esenciales para regular el estado de ánimo y el sueño.
Esto puede derivar en síntomas como mayor irritabilidad, tristeza estacional, insomnio o somnolencia diurna. Como consecuencia, muchas personas tienden a buscar consuelo en la comida, especialmente en productos ricos en carbohidratos y azúcares.
El aislamiento social y el menor contacto con espacios al aire libre también contribuyen a este desequilibrio emocional.
Por eso, además de cuidar la alimentación, es importante generar espacios de autocuidado: mantener horarios regulares de sueño, buscar momentos de recreación y, si es posible, exponerse a la luz natural.
En invierno, el cuerpo busca conservar energía y mantener la temperatura corporal, lo que puede provocar una leve desaceleración del metabolismo basal.
Esta respuesta adaptativa favorece la acumulación de grasa si no se ajustan los hábitos alimenticios. Sumado a la menor actividad física, es común que durante esta estación se suban entre 2 a 3 kilos, especialmente si no se monitorea el balance energético.
Por eso es importante prestar atención a señales de saciedad, evitar comer por aburrimiento y ajustar las porciones de comida a las necesidades reales del cuerpo. Incluir más fibra, proteínas magras y líquidos calientes puede ayudar a prolongar la sensación de saciedad y evitar excesos.
La clave está en mejorar tus hábitos alimenticios sin renunciar al placer. Algunas estrategias prácticas incluyen:
Optar por comidas saludables para bajar de peso, como guisos de verduras, legumbres, cremas (sopas) naturales y frutas al horno.
Evitar los alimentos calóricos ultra procesados, como pasteles comerciales, golosinas y bebidas azucaradas.
Mantener el movimiento con ejercicios dentro del hogar, como yoga, estiramientos o entrenamientos funcionales breves.
Planificar tus comidas semanales y preparar snacks saludables para evitar el picoteo emocional.
Dormir entre 7 y 8 horas al día para equilibrar las hormonas del apetito y el estrés.
Hidratarse bien, incluso si no se siente tanta sed como en verano.
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